Cuatro décadas de identidad y supervivencia
Pese a cumplir recientemente efemérides como las del 30º aniversario de su conclusión y el 20º de su primera publicación íntegra en España, Maus sigue siendo un cómic que continúa siendo objeto de debate relacionado con la más rabiosa actualidad. Así, hace solo unos meses la obra firmada por Art Spiegelman se convertía en noticia tras ser vetada de la lista de lecturas recomendadas por la junta escolar de un colegio estadounidense debido a su “contenido ofensivo” (sic). Una muesca más en la trayectoria de un título destacado tanto por su contenido artístico como por su contribución a la revalorización del comic como medio narrativo.
Maus, apropiadamente subtitulada “Historia de un superviviente”, es una obra de fuerte corte biográfico por partida doble. Por un lado, explora la relación del propio Spiegelman con su padre Vladek y por el otro narra el cruento relato de las experiencias de este último y su familia como miembros de la raza judía en la Polonia ocupada durante la IIª Guerra Mundial, incluyendo su posterior estancia en los campos de exterminio nazi de Auschwitz y Dachau. Formado en las filas del “comix underground” norteamericano, en 1980 Art y su esposa Françoise Mouly –quien también aparece en Maus como personaje- fundaron Raw, cabecera antológica autoeditada dedicada al comic alternativo con aspiraciones artísticas e intelectuales. Las páginas de Raw acogían el trabajo tanto de autores norteamericanos (Robert Crumb, Charles Burns, Chris Ware) como de extranjeros ajenos al mercado USA (Jacques Tardí, Lorenzo Mattotti, el dúo Muñoz/Sampayo). Pero fue la contribución del propio Spiegelman con Maus la que acabó trascendiendo.
En realidad, la génesis de Maus hay que buscarla casi una década atrás, cuando en 1972 Spiegelman aceptó el encargo de la revista Funny Animals –protagonizada por animales antropomórficos- de realizar una historia corta. Buscando hablar sobre el racismo e inspirado en una anécdota contada por su padre, el autor elaboró una primera versión de Maus de tres páginas, donde ya se representaba a los judíos como ratones y a los nazis como gatos. Dándose cuenta de que el tema merecía y exigía mayor espacio, en los años siguientes Spiegelman efectuaría una serie de entrevistas con su propio padre que servirían de base para una nueva versión de mayor extensión.
Aunque en aquella primera versión la decisión artística de sustituir las figuras humanas por animales venía dada por imperativo editorial, Spiegelman decidió mantenerla. A priori, puede parecer que la “animalización” de los protagonistas, de diferente especie, según su nacionalidad y/o raza, provoca una suerte de abstracción contradictoria con la intención documental de la obra. Pero dicha contradicción es del todo intencionada: esa visión de los personajes, unida a una estética de trazo simple y sobrio, evita caer en el morbo de recrearse en escenas de violencia e imágenes truculentas –las cuales no evita llegado el momento: véanse cuando Vladek observa a un grupo de cadáveres ahorcados en plena plaza pública; o como se muestra a los guardas de Auschwitz incinerando en una fosa a prisioneros vivos y muertos indistintamente- al mismo tiempo invita a que el lector reflexione acerca de cómo ha sido posible llegar a semejante situación. Por otro lado, el uso de diferentes tipos de animales y el recurso metanarrativo por el que en ciertos momentos varios personajes cambian de raza colocándose una máscara de otra especie (sic) pone en solfa el discurso racial utilizado por la ideología nazi para justificar sus acciones. Y al mismo tiempo universaliza las consecuencias de la intolerancia más allá del pueblo judío, haciendo extensible sus efectos a cualquier grupo, de manera que cualquier lector, independientemente de su raza o nacionalidad, pueda sentirse identificado con las vivencias del protagonista.
Maus, sin embargo, es más que una emotiva historia de supervivencia ante la intolerancia. También es la historia de un hijo que trata de comprender a un padre con el que nunca ha logrado congeniar. Y la un padre incapaz de entenderse con un hijo que desconoce horrores como los que han marcado indeleblemente su propia vida. La visión no exenta de defectos que Spiegelman da de la anciana figura de su progenitor (fallecido en 1982, poco después de iniciarse la publicación) y el cuestionamiento que hace de su propia intención de representar un tema tan capital y delicado como el Holocausto mediante un comic también hacen acto de presencia a medida que avanza la obra, buscando apelar tanto a la emoción como a la razón.
Serializada en las páginas de Raw a partir de su segunda entrega, Maus multiplicó exponencialmente su fama en 1986 gracias a la edición de un volumen recopilatorio titulado “Mi padre sangra historia” a cargo del sello editorial Pantheon Books. Dicho volumen, que recopilaba todas las entregas publicadas hasta la fecha, se benefició del auge del fenómeno de la “Novela gráfica”, coincidiendo en el tiempo con la redefinición adulta del comic mainstream estadounidense a manos de autores como Frank Miller, Alan Moore u Howard Chaykin. Todo ello contribuyó a que Maus traspasase las fronteras convencionales de la industria, atrayendo la atención y parabienes de público y medios ajenos al mundo de la viñeta.
Dicho estatus se reafirmaría en 1991, cuando Spiegelman concluyó la historia, recopilando el material restante en un segundo volumen titulado “Y allí empezaron mis problemas”. Y se cimentaría apenas un año después tras ser galardonada con el Premio Pullitzer, prestigiosa distinción periodística concedida por primera –y hasta la fecha única- vez a un cómic. En España, Maus conoció una primera edición en 1989 coeditada por Norma Editorial y Muchnik Press, que resultaba incompleta, pues solo abarcaba el primer recopilatorio. Hubo que esperar hasta 2001 para poder disfrutar finalmente en castellano de la obra integra en un único tomo gracias a Planeta Comics. En 2007 Random House Mondadori retomó la publicación a través de su sello Reservoir Books, también responsable de la reciente edición conmemorativa que devolvía la obra al formato de dos volúmenes.
Convertida en un fenómeno editorial objeto de numerosos estudios y ensayos – en 2011 el propio Spiegelman publicaría MetaMaus, un volumen donde desglosaba todo el proceso creativo del cómic, incluyendo bocetos, documentación, materiales de referencia visual y entrevistas-, el aura de obra magna generada alrededor de Maus en cierta forma la perjudica. Y es que todo ese prestigio crítico y furor académico suelen condicionar su valoración en cuanto a simple comic. Y no debería. Puede que Maus sea una obra cuyas virtudes trascienden al medio, pero dichas virtudes están intrínsecamente relacionadas con el propio medio y la comprensión que de sus posibilidades expresivas hace el autor: la abstracción antropomórfica de los personajes antes explicada; el estudiado equilibrio entre el dibujo y los abundantes bocadillos y cajas de texto; la efectiva composición de sus páginas; las ocasionales abstracciones visuales de ciertas viñetas como la que muestra a Vladek y su esposa Anja caminando desamparados por un sendero retorcido como una esvástica (sic)… rasgos todos ellos inherentes a lenguaje del comic y muy difíciles de trasladar a otro medio sin perder su fuerza y/o sentido. Rasgos sin los que estaríamos ante una obra diferente, quizá mejor o quizá peor, pero más que seguramente no tan singular ni efectiva y que, cuatro décadas después, se antoja tan necesaria ahora como lo era antaño.